Por Antonio Cortés Terzi (*)
En las últimas semanas la derecha ha pedaleado mucho y ha avanzado poco o nada. Es decir, ha pedaleado en falso. Desde el retorno de vacaciones la derecha ha estado excepcionalmente ágil y activa en cuanto a montar maniobras y operaciones políticas y comunicacionales, al punto que, temporalmente, logró opacar la agenda gubernamental y la idea-fuerza del "segundo tiempo".
En apariencia, ese activismo le habría dado frutos. Perturbó las líneas de acción del Gobierno, avanzó en la consolidación de un frente anti-Concertación con los grupos escindidos de la alianza gobernante, arrebatándole la mayoría y la presidencia del Senado, ganó un fallo en el Tribunal Constitucional y coronó sus ímpetus punitivos "desalojando" y enviando al exilio político a la ahora ex ministra Yasna Provoste.
Pero todos estos éxitos son ritualidades y formalismos (bicicleteos, en definitiva) si no se traducen en incrementos del prestigio público y, sobre todo, en mayores acercamientos al electorado para enfrentar las elecciones que vienen, en especial la presidencial de 2009.
Los muestreos más recientes y las percepciones que se captan de la calle indican con cierta claridad que la derecha no ha cosechado en esos aspectos. Incluso, es posible que algunos de esos éxitos, o la sumatoria de algunos de ellos, se les reviertan en cuanto a popularidad.
Hay algo en los ancestros, en el ADN de la derecha, que la impide darse cuerpos dirigentes de calidad y configurar estrategias políticas eficientes y ordenadoras de sus fuerzas.
La derecha está actuando bajo un clima exageradamente obsesivo y ansioso: ganar la próxima elección presidencial. Por supuesto que todo partido o coalición opositora tiene la ambición de ser Gobierno. Es naturaleza intrínseca de la política. Pero esa ambición se desnaturaliza cuando se sublima y alcanza niveles casi patológicos de obsesión y ansiedad. Y la derecha o sectores de ella está actuando con los síndromes de esas patologías.
Una primera prueba de ello es que adopta decisiones obnubilada por la obsesión. Toma decisiones con anteojeras, sin mirar la totalidad y complejidad de las realidades. Así, por ejemplo, no duda en lanzar iniciativas que, hipotéticamente, sirvan para dañar a la Concertación y al Gobierno, pero sin prever que muchas de esas iniciativas le causan autodaño o sin tener en cuenta que determinados ataques no le reditúan en nada.
Por otra parte, la ansiedad de sus actos se manifiesta en una discursividad tan agriamente criticista contra el Gobierno, que termina siendo un confuso collage de negatividades, reiterado, además, en un lenguaje sin rigor, sin prudencia y sin la tranquilidad expositiva que necesita el crítico para hacerse confiable. Su discurso ansiosamente negativo ha pasado a ser, en gran medida, una parte del paisaje político que la ciudadanía tiende a ignorar.
Esa misma ansiedad, le dificulta seguir una estrategia, instalar temáticas y sistematizar ejes opositores. Como todo buen ansioso, corre de aquí para allá, abandonando lo que hacía para comenzar con otra cosa que luego también dejará a medias. Transantiago, delincuencia, calidad de la educación, gestión gubernamental, salud, corrupción, inflación, etcétera, han sido tópicos que en su momento ha enarbolado para concentrar su fuerza opositora. Pero al menor traspié pasa de un tópico a otro y lo erige en nuevo eje de su política. Tales conductas obstaculizan la implementación de una estrategia, pero, además, proyectan dos efectos lesivos.
En primer lugar, este tipo de criticismo errático tiende a generar la imagen de un político de derecha que semeja más a un comentarista de los últimos impactos noticiosos que a un dirigente con facultades idóneas. Su criticismo no es muy distinto del que a diario practica la gente en la micro, en el trabajo, durante la compra del pan, etc. ¿Por qué, entonces, la gente tendría que asignarle un valor especial al político de derecha?
Y en segundo lugar, merced a ese cambio ansioso de ejes críticos, la derecha se autoniega la posibilidad de difundir una identidad más atractiva que ser simple oposición. Su discurso más totalizador se pierde o queda consumido por el criticismo. Y, lo que es peor, sin un ethos político-cultural novedoso y potente, la derecha no podrá evitar que la ciudadanía no rememore el alma conservadora y autoritaria de la vieja derecha.
La pregunta que cabe es: ¿podrá la derecha superar su ansiosa obsesión por ganar las presidenciales y retomar líneas de acción más reflexivas y racionalmente ordenadas? Podría, claro está, pero es muy difícil. Porque hay una generación política completa de la derecha cuyo prestigio y autoridad quedarían hechas trizas si no vence en la próxima elección presidencial. Es cierto que la dirigencia concertacionista está con miedo ante una eventual derrota, pero es pánico el que inunda a la dirigencia derechista ante la misma eventualidad. Y es ese pánico el que nutre sus ansiedades y obsesiones. Lo malo es que ese pánico, con sus correspondientes obsesiones y ansiedades, la acompañará por casi dos largos años.
(*) Tomado de La Nación Domingo, del 20 abril 2008, cuya publicación fue autorizada a su vez por el Centro de Estudios Sociales Avance (www.centroavance.cl).
1 comentario:
Siempre me ha sorprendido la facilidad que tienen los mal llamados "analistas" políticos para confundir sus propios deseos con la realidad. Eso los hace ser nada más que "sesudos" partidarios de algo, en lugar de contribuir al entendimiento de los procesos políticos.
Al margen de lo que se quiera, creo que en el mismo comentario está la respuesta a porqué es más probable que la estrategia le funcione a la derecha para el 2009a que no le funcione.
La derecha, en los últimos meses, no sólo ha podido quebrar a la Concertación, sino que ha provocado una fuerte inestablidad política con varios cambios de gabineta, ha puesto al gobierno a la defensiva y lo ha dejado mal parado en salud, transporte, 'seguridad ciudadana'(cómo me molesta la imbecilidad de esa expresión), corrupción, liderazgo político, y educación; lo ha presentado como una caterva de "radicales de antiguo cuño" (como rateros de poca monta, lo que muchos de ellos son); ha hecho que Bachelet pierda poco a poco el respeto de la ciudadanía y de sus colaboradores; ha dejado a la DC al borde de la autodestrucción y ha desenmascarado a Lagos como lo que es: un fanfarrón autoritario "aspirante a dictador".
El resultado de todo esto es que al final de cuentas cuando llegue la elección presidencial, la Concertación estará en desventaja tratando de defender cada uno de los puntos de un futuro gobierno.
No se trata de lo que queremos que sea, sino de lo que efectivamente puede suceder. Si no se entiende eso, no se puede corregir lo que se hace mal.
Lo único positivo que le va quedando al gobierno es el manejo de la economía. Eso la derecha no lo cuestiona, por una simple razón, cuando viene a cuento la habilidad para manejarla, tanto Piñera como cualquier otro derechista están mejor posicionados para presentarse ante los chilenos como mejores administradores.
Publicar un comentario