lunes, 7 de abril de 2008

Ella se quedó con "la"

Por Francisco Febres-Cordero, en su columna "A vuelo de Pájaro",
publicado en Diario HOY (Quito, Ecuador) el 3 de octubre de 1985,
día que se inauguró la primera exposición de la Carmen en Quito.

Ella no se llama así, a secas. Ella es la. El “la” que todos quienes la identifican anteponen a su nombre, es como un título de cariño que se ha ido ganando de a poco a lo largo de sus once años de trabajo en el país.
Ella es la Carmen Silva. Se la conoce aquí como maestra. Formadora de pintores. Y se la re-conoce también porque es alta, de huesos anchos y ojos vivaces, de un pelo negro que le roza los hombros y de una boca muy grande que deja salir una risa como pintada con brocha gorda. Y porque actuó como prostituta en la “Opera de los tres centavos” también se le conoce.
Un día salió de Chile tras estar asilada en la embajada del Ecuador. Y vino, como toda asilada, con su dolor y su desnudez a cuestas. Ni pasaporte, ni maletas. Sí una hija de nueve años. Me la imagino con un vestido negro, deambulando por el frío en busca de una dirección inexistente.
Pero ahora, después de este puñado de años de vivir entre nosotros, ha decidido exponer sus cuadros. Porque ella es, antes que maestra, o alta o de huesos anchos o de pelo negro o de prostituta en la ópera, pintora. O, mejor, dibujante. El color lo usa como una forma de apoyo. Su acento lo pone en el trazo nerviosamente seguro.
(…) Trabajó mucho con varios maestros: André Racz y Nemesio Antúnez. Y después, cuando se fue a Europa, con Enrique Zañartu y Roberto Matta, a quienes pagaba las clases que le daban con labores de “baby sister”, faena que en inglés suena importantísima, pero que en el ejercicio suena a sudor.
Sin haber estado nunca en la universidad, fue profesora universitaria. Viajó a los Estados Unidos con sus tres hijos, en goce de una beca. Entonces enseñó en el City College, una universidad gratuita de Nueva York. Dice que le espantó vivir dentro del monstruo y conocer de cerca las condiciones de un barrio de negros y puertorriqueños. Volvió a Chile en el 72 y se metió de lleno en el proceso político que estaba viviendo el país durante el gobierno de Allende.
Cuando llegó al Ecuador, en 1974, después de algún tiempo de obvia incertidumbre, no pudo pintar nada. No sólo porque no tenía cómo, sino porque no tenía dónde. Ni con qué. Solo tiempo más tarde comenzó a trabajar en la Universidad Central, como profesora de la Facultad de Artes. Y se ganó la fama de exigente. Dice que es porque no les tiene miedo a sus alumnos a quienes, eso sí, quiere mucho. Y ellos también a la Carmen Silva.
Hasta que un día se dio cuenta que hacer una muestra era para ella como una obligación para con el público y para con sus alumnos. Y se dio cuenta que si seguía esperando iba a encontrarse con los mismos problemas de siempre: los guaguas, el trabajo, la falta de tiempo, las noticias. Entonces se lanzó, tomando en cuenta además que su mira está puesta en el regreso a Chile. Que siempre será su patria, a pesar de tantos cariños y de tantas ausencias (...)
Hay ahí sueños y una angustia que hinca más allá del sepia. Más allá de la sangre. Más allá del recuerdo o la nostalgia. Más, más allá de la propia Carmen Silva, que de tan generosa se quedó con “la”.

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