miércoles, 5 de enero de 2022

La hora de nuestros hijos e hijas

Nos ha tocado ver la llegada de nuestros hijos e hijas al poder. Nuestros “niños”-como uno nunca deja de verlos- resultaron ser los y las grandes e inobjetables ganadores en la última contienda presidencial. Lo que el movimiento “Podemos Unidas” español no pudo lograr, nuestros retoños lo lograron en 10 años. Barrer con las viejas estructuras, con paradigmas anquilosados, con figuras de la vieja política chilena, que hace casi 60 años tenían su edad y se constituían en los ministros treintones de Eduardo Frei Montalva (Zaldívar tenía incluso solo 29 cuando asumió como Ministro de Hacienda, en 1964).

A la derecha chilena le pasó lo que nos pasa a nosotros los padres con nuestros hijos. No quisieron ver que habían crecido, no los creyeron capaces de levantar, defender y hacer triunfar una alternativa política potente y novedosa. Creían estar enfrentándose a infantes terribles, a hippies inmaduros y despistados, por decir lo menos. Y resultó que los niños habían crecido y supieron interpretar las ansias antiguas de un pueblo cansado de lo mismo, que los apoyó en forma abrumadora. Y Chile votó por Boric y aprobó para nuestro país la Dignidad, con mayúscula, eligiendo un gobierno marcado por el respeto a la diversidad, con un claro sello ambientalista y ecologista, con cabros que los vimos crecer diciéndonos que no había que fumar, que no había que contaminar el planeta y que no se espantaban con las parejas homosexuales ni los amigos trans.

 Los vimos abrirse camino defendiendo esas posturas. Los vimos rebatirnos y acusarnos de “añejos” políticamente, de “rancios” ideológicamente, de “pegados” en otros tiempos. Los vimos escoger banderas nuevas y rupturistas, a veces en forma un poco insolente y soberbia, porque -tal como nosotros en los años ‘60- en sus primeros pasos políticos se creían dueños de la verdad. Incluso se estableció una brecha con ellos. Nos ofendieron y los ofendimos. Nos descalificaron y los descalificamos. Nos gritaron y les gritamos.

Hasta que nos dimos cuenta que tenían razón. Que ellos eran la única alternativa posible frente al eventual retorno a un pinochetismo peligroso y amenazante. Y ese 19 de diciembre salió un millón más de personas que en la primera vuelta a apoyar al representante de ese cambio, un cambio que tanta falta nos hacía y que se venía insinuando sin tapujos desde octubre de 2019.

El poder de nuestros hijos los llevó al poder. El poder de sus convicciones, de sus propuestas, de su irreverencia, de su capacidad de asombro inmaculada, de sus nuevas formas, de su honestidad, su transparencia y su cuota de sana candidez. Una partidaria de Kast me dijo antes de las elecciones “¿qué me dices de un candidato que le habla a sus peluches? ¡Faltaba más!”. Y yo le respondí que eso era lo que me encantaba de Boric porque mis hijos también tenían peluches de su infancia, que nunca habían dejado de atesorar, aun cuando fueran ya adultos creciditos. Esa es la diferencia de estos cabros, los de la edad de nuestros hijos. No tienen miedos. No temen que los traten de “infantiles” o “amanerados” y comparten en la tele, en programas muy serios, el afecto por sus peluches. Son jóvenes mucho más libres que nosotros. Más desprejuiciados. Mas conectados con sus emociones, con su espiritualidad. Eso se ve tan claramente en Gabriel Boric.

Jóvenes también con una capacidad de crecer, aprender y madurar políticamente a la velocidad del rayo. El Boric que hemos visto después del triunfo -y durante su campaña en la segundad vuelta- es mucho más sabio, armónico y valiente para mostrarse tal cual es que el Boric de otros tiempos iniciales.

Les llegó el turno a nuestros hijos. Los encontró la rueda de la historia y les ha dado un lugar insospechado para ellos no hace 10 años, sino hace solo un año. No tenían vocación de poder sino vocación de cambio. De darle una vuelta de tuerca a la realidad que ya les estaba quedando muy estrecha. Que nos estaba asfixiando a todos, algo que para ellos era más evidente. Porque cuando eres joven quieres correr, y para correr necesitas mucho más oxigeno que cuando vas recorriendo la vida a paso más cansino. Y más desencantado también.

Estos cabros, que son como nuestros hijos, nos devolvieron la posibilidad de reencantarnos. De gritar a voz en cuello esa tarde del domingo 19 de diciembre la dicha de su triunfo. De salir otra vez a La Alameda a celebrar, armados solo de alegría y esperanza. Estos hijos nuestros nos han devuelto la fe y nos han quitado la desazón. Y el terror que nos daba volver a transitar por un callejón oscuro.

Estos jóvenes, todos como nuestros hijos, han merecido la mirada y la felicitación del planeta entero porque representan el triunfo de la razón sobre la sinrazón, de la luz sobre la oscuridad, de la quietud sobre la inquietud. Y han planteado rotundamente que es la hora de ocuparse más que de preocuparse de los problemas que aquejan a este país y a este mundo, que es ancho pero no ajeno.

A lo largo de nuestras vidas, estos cabros nos han hecho sufrir y nos han sacado canas verdes, pero hoy es la hora de levantarles una estatua porque nos han abierto la posibilidad de volver a creer. Y de darle un espacio a la felicidad y a un futuro mejor.

Por Patricia Collyer C.  (https://pagina19.cl/opinion/la-hora-de-nuestros-hijos-e-hijas/)