Antes de que se informara que había sido apresado, corrió fuerte el rumor de que había muerto en Inglaterra. Eso era más fácil de creer que lo que vino después: 503 días de detención en Inglaterra por orden de un tribunal español que lo juzgaba por genocidio, terrorismo y tortura. Ese día la historia cambió.
Cuando ingresé esa mañana del 16 de octubre de 1998 -junto a varios de mis colegas con quienes reporteábamos habitualmente La Moneda y los viajes del Presidente Frei- a la sala de prensa habilitada para la Cumbre Iberoamericana de Oporto, me enteré que Augusto Pinochet había sido detenido.
Eran como las 7 de la mañana en Chile. Los periodistas extranjeros nos saludaban, abrazaban y felicitaban. Nos pedían entrevistas para sus respectivos medios, para que explicáramos el impacto de ese hecho en nuestro país, que para ellos, y muy lejos de la verdad no estaban, no tenía resuelta ninguna de sus heridas.
Las primeras 48 horas me quedé en Portugal reporteando la cumbre, con Fidel Castro como estrella principal y las frenéticas gestiones de Frei y su entonces canciller José Miguel Insulza, antes que me destinaran a Londres donde estuve casi un mes.
La London Clinic por fuera no era tan grande como en las primeras imágenes, estaba casi a la vuelta de la embajada chilena y en una esquina entre ambas, varios periodistas ocupábamos una cabina telefónica para despachar, vía operadora internacional, a nuestros diarios.
Ya al cabo de unos días, las telefonistas nos reconocían la voz y nos comunicaban sin siquiera pedirnos el número. Dos, cuatro y hasta seis páginas diarias, escritas a mano en un cuaderno universitario y dictadas palabra por palabra a mi editor en Santiago, que me grababa y transcribía.
Llovió muchas veces, no hacía más de dos grados de temperatura, nos perdíamos en el metro, pocos hablábamos inglés, Londres era caro, no siempre los viáticos nos alcanzaban bien, dormíamos poco y más de una noche hacíamos guardia fuera de la clínica por si sacaban al general a escondidas. Fue una de las noticias más importantes de la década.
Por Marcela Jiménez. Transcrito de "La Nación" del 16 de octubre de 2008.
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