miércoles, 13 de diciembre de 2006

Revivir la tortura

Fue un golpe. Bajo. Directo al corazón. Retrocedí treinta años y los volví a vivir. Eso me pasó al leer y escuchar los primeros comentarios sobre el Informe de la Comisión de Tortura.
Volví a tener un hijo de un año y otro de tres meses en mi vientre, a sentir miedo, a estar totalmente desamparada y a merced de personas que no conocía, que me amenazaban a mí, a mis hijos, a mi marido. El encapuchado que no sabía quién era, pero él sí me conocía, los tenientitos de uniforme que me despertaban a cualquier hora de la noche para "conversar", el Wally, que me contaba todos los días que había pasado a la casa de mi mamá a ver al "cachorro", que era lo mismo que decirme que mi hijo estaba en sus manos. La foto de la cédula de identidad de mi marido, ampliada, muy grande, entre las de otras personas para que les dijera si los conocía. Vomitar sangre y temer por la guagua. Y siempre con la vista vendada de cara a la pared.
Luego, el exilio. Quince años en un país que nos acogió, en el que mis hijos vivieron libres, en el que a veces fui feliz, pero en el que faltaba mi chilenidad. Me quitaron todo. Y el regreso en 1990. Recién ahí me di cuenta de todo lo que había perdido. Criar a mis hijos en su país, cerca de sus afectos, con su familia, crecer chilenos. Quince años sin poder trabajar, sin previsión y al volver darme cuenta que era demasiado vieja para conseguir el trabajo que me correspondía. Un trabajo que antes de partir tuve y en el que habría podido desarrollar y prepararme para que cuando tenga que jubilar lo pueda hacer decentemente. El entorno familiar desparramado por el mundo. Los mayores acá, sufriendo; algunos murieron sin que pudiéramos despedirnos.
Recién ahora me he atrevido a hablar de esto en la Comisión, pero no fui capaz de ponerlo en palabras. Me propuse contarlo todo, pero no fui capaz, sólo dejé constancia de donde estuve, entre quienes estuve y a quienes conocí. Y lo más importante, de quienes nos ayudaron, porque hubo gente que nos ayudó. A pesar de toda esa mierda, hubo dos personas, un sargento y un coronel (uno me conocía, el otro no) que tenían puesto el corazón donde corresponde.
¿Cómo se puede pensar que eso se puede reparar? ¿Con qué? ¿Se imaginan que me van a devolver esos quince años? ¿Piensan que existe un mecanismo mágico para retroceder el tiempo y poder volver a vivir esos años como me correspondía, como era mi derecho y el de mis hijos?
¿Qué se puede hacer con el dolor y con esos quince años?.

Por mi querida amiga Any. Mi admiración para ella por haber dejado tan bien escrito el sentido testimonio de su experiencia (Publicado además en "La Nación" en noviembre 2004)

2 comentarios:

fap dijo...

¡Salve, oh Cësar Renattus! Bienvenido al nuevo bloger y por ahí veo que me puso un link. Gracias. Creo que va tener suerte en esto por el estilo y porque le va poner muchas cosas entretenidas.

Saludiss

Anónimo dijo...

Ricardo escribió lo siguiente, a propósito del artículo:

Testimonio de un sueño

Luego de leer detenidamente tu testimonio, se agolparon los recuerdos acumulados de años. Desde mi infancia asomaron vertiginosas imágenes donde estabas presente, ya sea retándonos por el desorden, la bulla propia de los niños, a veces riendo feliz con nuestras ocurrencias o bañándome tiernamente como un hijo más.

Luego viene la distancia, algunos años de lejanía, durante los cuales me iba convirtiendo en adolescente, esperando tu retorno y el de mis primos, para no seguir creciendo tan solo, al mismo tiempo iban madurando en mi interior los horrores que se vivían en nuestro país y surgían los sueños de cambiarlo.

Luego nos reencontramos, aprendí a reconocerte, y ahora con más años, seguimos soñando y entre tanto sueño, aflora como una chispa el recuerdo de una pesadilla que me inflama el alma de dolor.

Tu fuerza ante la vida, tu alegría, y el infinito cariño que eres capaz de entregar me hacen sonreír y pensar en voz alta que te quiero.

Y ahora, luego de releer tu testimonio, se me agolpan los sueños.