Son tres situaciones distintas, tres personas que no se conocieron y que por distintas razones fallecieron esta semana.
Raúl Alfonsín fue el presidente de la vuelta a la democracia en Argentina, el primero que en América Latina logró acceder al poder después de las dictaduras que asolaron el continente en los 70 y 80. Y por lo tanto, el primero que tuvo que enfrentar las secuelas de las graves violaciones a los derechos humanos, que dejaron decenas de miles de asesinados y desaparecidos.
Como no recordar esa jornada de octubre del 83, cuando ganó la presidencia, y sobre todo la del 10 de diciembre, cuando el Dr. Alfonsín asumió el poder, dando un poco de aire y de respiro a un país asediado por la represión.
Estábamos en Quito, en casa de
Coqui y Susy, compartiendo con muchos argentinos que alcanzaron a salir al exilio, “
los que aún estamos vivos”, como tan bien los definía Víctor Heredia en ese hermoso poema en forma de carta a Alfonsín, de tremendo contenido y metáforas notables, que aprovecho de colocar en el podcast junto a este artículo, el “
Informe de la situación”.
Después vino el juicio a los dictadores. Histórico. Un país entero y casi todo un continente, siguiendo con horror los

más aberrantes relatos que se hubieran escuchado en el mundo desde los juicios de Nürenberg. Y la sentencia a los Videla, Massera, Agosti y demases. Y el
NUNCA MAS que como un grito salió de las páginas del informe de la Comisión de la Desaparición de Personas, creada por Alfonsín y presidida por ese hombre intachable llamado Ernesto Sábato.
Al final, la hiperinflación y los levantamientos militares llevaron a Alfonsín a promulgar las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, con que quisieron evitar pagarle a la sociedad sus crímenes y a dejar el gobierno anticipadamente en julio de 1989.
Felipe Cruzat, en cambio, es un niño de 11 años que necesitaba un transplante y durante más de 90 días esperó un corazón, que nunca llegó.
Hoy finalmente murió en la espera y seguramente Felipe se transformará en el símbolo de la
donación de órganos, de cómo se pierden vidas por falta de solidaridad.
Como digo siempre, el chileno de hoy (me refiero en términos generales, al promedio) es tan egoísta, tan preocupado solo de SU metro cuadrado, del individualismo consumista, que la donación de órganos ha ido en franco retroceso, las cifras son dramáticas. La gente se ha negado incluso en casos en que el fallecido había declarado su deseo de ser donante.
Y esto trae como consecuencia que cada vez sea más difícil salvar la vida a quienes solo pueden hacerlo a través de transplantes, sean hígado, riñones, corazón, etc.
Por último está
Raulito. Era un muchacho normal. 30 años, dos hijos.

Trabajador, buen mueblista, simpático, cariñoso. Nunca se metió en nada… hasta el martes. Solo se sabe que alguna vez había comentado que esta sociedad no permite surgir a la gente aunque se mate trabajando, que solo los que roban logran salir adelante.
Quizás cómo llegó a eso, pero el martes esperaba en un vehículo al grupo que entró a robar en un supermercado. Los balazos del dueño del local asaltado lo mataron ahí mismo.
Para mí, el caso de
Raúl simboliza el drama social de la delincuencia. Una sociedad en que solo un pequeño grupo tiene mucho-mucho-mucho, mientras las grandes masas no tienen perspectivas, se sienten discriminados desde la cuna y son estigmatizados por la prensa y por los políticos.
La derecha no tiene propuestas para ellos, excepto meterlos a todos a la cárcel, como si encarcelar a millones de personas que viven en los barrios populares fuera la solución a este problema social, lo que es azuzado diariamente por los noticieros de televisión.
La crisis va aumentando la angustia y la impotencia. El desempleo genera estrés, problemas familiares y todo se transforma en un círculo vicioso. Pero nadie sabe qué hacer, racionalmente, o no se atreve, no sé. Y el problema sigue creciendo.
¿Alguien recuerda el “caracazo”? Millones de pobres bronqueando en los barrios ricos. ¿Queremos llegar a eso? Supongo que no, pero entonces hay que hacer algo...