Imperturbable, prepotente, despectivo, pero sobre todo intocable. Así era el general Fernando Torres Silva en los tiempos de la dictadura. Como auditor general del Ejército era quien encabezaba los juicios e investigaciones que requería Pinochet para mantener su férreo poder. Y el Fiscal Torres era uno de sus perros más fieles.
Por eso, verlo ahora detenido por orden de un tribunal que investiga las violaciones a los derechos humanos en dictadura es una alegría muy grande. Aunque esté en una cárcel de lujo, lleno de comodidades, pero está preso al fin y al cabo. Y eso era algo que supongo él nunca pensó vivir, pues era faldero del dictador.
Torres Silva es uno de los cinco o diez personajes más sombríos de la dictadura. El se sentía impune, porque no se manchaba las manos, como Krasnoff Marchenco, el guatón Romo, el Fanta, Fuentes Morrison, Alvaro Corbalán o Moren Brito, pero era el que dirigía desde atrás los operativos y ajusticiamientos (así como el cura Hasbún los justificaba).
Así ocurre por ejemplo con la investigación por la muerte del químico de la DINA Eugenio Berríos, en que Torres Silva e Ibarra coordinaron su huida de Chile y su posterior asesinato en Uruguay. O el del cabo Leyton, que fue asesinado con el gas sarín producido por Berríos, y por el que Torres ha sido por fin detenido.
Sus abogados han solicitado al juez instructor su libertad provisional y el tribunal se la ha negado, aduciendo lo que Chile sabe hace desde hace 30 años: que el Fiscal Torres es un peligro para la sociedad.
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