viernes, 27 de mayo de 2011

Desde la cárcel de Angol

Los cuatro comuneros mapuche condenados en Cañete a 20 y 25 años de prisión, acusados del atentado al fiscal Elgueta, cumplen hoy ya 74 días en huelga de hambre. Esta nueva acción de protesta se origina en que en el juicio que los condenó no imperó el debido proceso, al validarse únicamente la declaración de un "testigo sin rostro" presentado por el Ministerio Público en la forma que lo permite la Ley Antiterrorista.

La Corte de Apelaciones de Concepción ratificó hace dos días la absolución de los mismos comuneros en el juicio iniciado por la misma causa en los tribunales militares y la Corte Suprema debe pronunciarse en estos días sobre el recurso de nulidad al juicio de Cañete presentado por la defensa de los comuneros (ver http://wichaninfoaldia.blogspot.com/).

Los medios de comunicación no dan espacio ni minutos para que la opinión pública tenga información sobre la protesta mapuche. Los ignoran, como ignoraron durante meses la huelga de hambre del 2008 y la del 2010.

A propósito de este mismo tema, encontré recién un interesante texto de José Bengoa, del libro "La comunidad fragmentada", que por su valor humano reproduzco (en parte) a continuación:

«QUINTA CRONICA:
DESDE LA CARCEL DE ANGOL

«Hace ya unas semanas, durante el 2008, fui a la cárcel de Angol. Iba en camioneta por el camino de Santa Juana y un carabinero, con casco y chaleco protector, me hizo detener y me preguntó ¿qué anda haciendo por aquí? Lo miré con cara extraña y le dije ¿no es éste un camino público? Usted, me dijo, ¿anda trabajando o de turista? Le dije, eso no tiene por qué preguntármelo, soy un ciudadano chileno y ando por donde quiero. ¡Su carnet de identidad! me dijo con cara de malos amigos. Pero ¿por qué?, si voy a Angol, dije. ¡Ahá!, "va a visitar a los presos". El paco gordito estaba feliz consigo mismo por haber tenido razón en su sospecha. Entonces me lanzó una filípica: señor, vaya y dígale a esos mapuches "que se dejen de huevear", término duro y coloquial que en la boca de la autoridad sonaba más bien feo.

«Seguí mi camino bordeando el río Bío Bío. Sauces llorones en las orillas, las aguas que corren lentamente y un paisaje bucólico, inalterado. El gran río que durante siglos fue la frontera sur de Chile. Allí se fueron construyendo los fuertes que defendían el territorio del valle central de la "barbarie". Santa Juana, San Rosendo, Hualqui, Nacimiento, Santa Fe, son todos nombres de hoy pequeños pueblos y ayer de fuertes militares donde se acantoonaba el ejército de la frontera. (...)
«Llegué a la cárcel de Angol al mediodía. Está la nueva prisión un poco retirada de la ciudad. Nueva, bien pintada. Los alrededores, fuera de las rejas, están llenos de las ramadas del pobrerío. "Olvidaderas", como dice Pavez. Venta de sánguches y bebidas de fantasía. Una fila, cola, de personas se agolpa en la puerta. de las que uno cree que no existen en Chile. de las que solamente aparecen en la televisión en los días de temporales. Pobres de esos que hicieron famosos a los rotosos en el siglo 19. Ropas pobres, gente pobre. Pensé en las cárceles norteamericanas llenas de negros. Nadie les ha dicho a los gendarmes lo que tienen que hacer, pero un cartel decía: "Visitas a los presos comunes, lunes, miércoles y viernes. Visitas a los 'comuneros mapuches' martes y jueves". Era miércoles, me había equivocado, y estaba lleno de 'comunes'. El gendarme, apenas me vio me dijo "¿Comuneros mapuches?" Sí, le dije. No es día de visita, me respondió. No sabía, perdón. No se preocupe, pase. Ingresé a la guardia. Hay que esperar al comendante. Me senté y esperé. Estaban en colación. Pasaban los "mocitos" limpiando , sirviendo bebidas a los gendarmes, haciendo su pega. Jóvenes que los tratan con preferencia a cambio vaya a saber de qué. En eso llegó el comandante, que era comandanta. No me preguntó nada. Me hizo pasar.

«Pasé por varias rejas. Los pobres comunes compartían la visita. Unos se besaban con entusiasmo, otros compartían un sánguche. Una escena difícil de describir, más bien dramática... Chequeo de rigor, un timbre de color azul en la muñeca. Me llevaron a una sala especial. No me cupo ninguna duda de que los presos mapuches no eran comunes, eran algo diferente y los gendarmes lo sabían perfectamente. Discutir sin son o no son "presos políticos" es una simpleza abstracta. En términos empíricos, allí estaba comprobando que sí lo eran. escuchaba los gritos de la guardia. Huenchunao ¡visita! Esperé un buen tiempo hasta que apareció José. Se sorprendió. Nos dimos un abrazo largo y silencioso. Flaco como siempre o un poco más... hablamos como dos horas. Me contó de la huelga de hambre. Me preguntó por lo que pasa en otras latitudes con la cuestión indígena. De repente estábamos hablando de política y me pareció impropio en esas circunstancias. Le dije que creía que su causa era justa y agregué, imbecilmente, que a veces los mçétodos son equivocados. No me dijo nada. ¿Qué me iba a decir en esas circunstancias? Quien soy yo, me dije, para decir tamaña estupidez en este lugar. Hablamos de la defensa jurídica... Sobre los aliados, nadie. Sentí un frío en la espalda. Nos abrazamos y lo vi flaco, caminando hacia el interior de la cárcel.»

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Tomado de "La comunidad fragmentada. Nación y desigualdad en Chile". José Bengoa. Catalonia, Santiago, 2009. Págs. 129 en adelante.

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