En la sierra mexicana de Nayarit había una comunidad que no tenía nombre. Desde hacía siglos andaba buscando un nombre esa comunidad de indios huicholes. Carlos González lo encontró por pura casualidad.
Este indio huichol había venido a la ciudad de Tepic para comprar semillas y visitar parientes. Al atravesar un basural recogió un libro tirado entre los desperdicios. Hacía años que Carlos había aprendido a leer la lengua de Castilla y mal que bien, podía. Sentado a la sombra de un alero empezó a descifrar páginas. El libro hablaba de un país de nombre raro, que Carlos no sabía ubicar pero que debía estar bien lejos de México y contaba una historia de hace pocos años.
En el camino de regreso, caminando sierra arriba, Carlos siguió leyendo. No podía desprenderse de esta historia de horror y de bravura. El personaje central del libro era un hombre que había sabido cumplir su palabra. Al llegar a la aldea Carlos anunció, eufórico: “Por fin tenemos nombre”.
Y leyó el libro, en voz alta para todos. La tropezada lectura le ocupó casi una semana. Después, las 150 familias votaron. Todas por “sí”. Con bailes y cantares se selló el bautizo. Ahora tienen como llamarse. Esta comunidad lleva el nombre de un hombre digno, que no dudó a la hora de elegir entre la traición y la muerte.
– Voy para Salvador Allende, dicen ahora los caminantes.
Eduardo Galeano, “Memorias del fuego”, Tomo III, pág 335.
2 comentarios:
excelente...
es una lectura intensa, el misterio que va generando Galeano hasta llegar a ese punto máximo es, simplemente, sobrecogedor.
y lo mejor de todo es que es tan simple...
Tal cual lo defines!! Siempre me ha parecido muy emotivo y por eso lo "rescaté" para subirlo aquí.
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