En la última semana nos hemos informado de diversas noticias. De las importantes y de las no importantes.
El anuncio de que Blair dejará el gobierno británico es importante. Que un descarado y demagogo como Tony Blair se vaya a su casa es muy bueno para el mundo. Blair se burló de la gente y de las esperanzas que el pueblo puso en él. En 1997 ganó con el 67% de los votos y con una mayoría legislativa desusada. En Escocia por ejemplo, el Laborismo ganó esa vez todos los escaños, sin dejar ninguno a los conservadores. Ese hombre, que recogió ese inmenso apoyo (como todos los socialdemócratas de hoy) dió vuelta la espalda a su pueblo, aplicando feroces medidas neoliberales que desmantelaron lo poco que la Thatcher había dejado en pié. Pero lo más grave es que fue el gran aliado del principal terrorista internacional: George W. Bush. Blair quedará en la historia no solo como el traidor de los intereses del pueblo británico sino (al igual que Aznar) como el tonto útil de Bush para ampararle los peores actos que la política internacional conozca desde los tiempos de Hitler. ¡Chao Blair!
Otro personaje, de tono menor por supuesto, es Patricio Tombolini. Un politiquerito del radicalismo chileno que fue juzgado por la recepción de coimas en la adjudicación de plantas de revisión técnica de vehículos mientras trabajaba en el Ministerio de Transportes. Muchos años después, la Corte Suprema le ha levantado la condena de primera instancia. Leyendo en su favor el fallo, Tombolini se ha dedicado a decir que la justicia lo ha declarado inocente, pero a mi entender lo que pasó es que no pudo comprobar su culpabilidad con elementos probatorios. Desgraciadamente los medios de comunicación le dan espacio y lo levantan casi como víctima. Pero Tombolini no es víctima. Y su nombre quedó como sinónimo de malos manejos y chanchullos. Ojalá no llegue a tener puestos importantes pues sería un nuevo mal ejemplo para la ética y moral de un país.
Por último, el Ministro de Transportes informó que pedirá una partida de 290 millones de dólares para cubrir los déficits del Transantiago. Ese dinero debería cancelarlo Ricardo Lagos y su equipo. Ellos inventaron y dejaron amarrados los detalles de este fallido plan de transporte público y son los grandes responsables de su fracaso social y económico. En el antiguo sistema de transporte el Estado no ponía ni un solo centavo y ahora, gracias a la "modernidad" laguista, hay que dedicar inmensos recursos para suplir los errores de concepción e implementación del plan. Por suerte el cobre ha dejado grandes utilidades, pero esos dineros debieran servir para mejorar las condiciones y calidad de vida de todos los chilenos y no para tapar los hoyos dejados por un gobierno que fomentó la concentración económica y promovió llenar los bolsillos de los más ricos. Que Lagos pague los 290 millones de dólares. La plata de todos no debe ser para enmendar las políticas demagógicas pero en el fondo antipopulares del laguismo.
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