lunes, 28 de marzo de 2011

La distancia entre pensamiento y acción

La reciente visita de Barack Obama a América Latina muestra una vez más cuan distante puede estar el pensamiento de los actos de una persona.

El presidente norteamericano me parece una de las personas más notablemente inteligentes que han aparecido en la escena internacional en los últimos años. Es brillante, habla muy bien, es super claro en sus conceptos, además de ser un hombre sencillo a quien no se le han subido los humos aparentemente.

En Santiago hizo un discurso dirigido a los países latinoamericanos, en que habló con mucha propiedad de democracia, lucha contra la pobreza y derechos humanos. Además se refirió con muestras de bastante conocimiento, a situaciones diversas que ocurren principalmente en México, Brasil y Chile, que fueron los países a los que hizo más referencia.

Sin embargo, Obama no pasó de la retórica. No propuso, no planteó líneas de acción a desarrollar entre Estados Unidos y América Latina y el Caribe, a más de decir que para E.U. el comercio con nuestros países en global es mayor que el que tienen con China y que se cumplen 50 años de la Alianza para el Progreso iniciada por Kennedy.

Pero lo peor, me parece, es que mientras él expone sus puntos de vista, sus principios y ópticas, su país está bombardeando Libia. A pesar que el ciudadano Obama es contrario a la guerra, el presidente Obama da luz verde a una ofensiva militar que no tiene justificación ni base.

Si bien todo el mundo está (estamos) preocupados del levantamiento popular en Libia, de las amenazas de Khadafi, de los bombardeos y asesinatos llevados a cabo por sus seguidores luego que el impulso inicial no hizo caer al gobierno, y que es razonable evitar más muertes; eso claramente no basta para jugar a la guerra con el único propósito de expulsar a un personaje que ha sido siempre incómodo para Occidente desde hace 41 años.

Esa es la contradicción de fondo que yo veo entre el Obama pensador, el Obama discurseador, el Obama hiper inteligente, a quien me lo imagino solo en su despacho en la Casa Blanca tratando de manifestar un sentir que no logra minar las bases de funcionamiento del Estado norteamericano, que es tan potente, tan fuerte, tan inexpugnable. Las buenas intenciones de Obama chocan con instituciones que se sienten dueñas del mundo y de todos nosotros, que es imposible cambiarlas ni por Obama ni por nadie probablemente.

sábado, 12 de marzo de 2011

Caminando entre los fantasmas de Sendai

Otra vez la naturaleza se ha hecho presente. Así como hace un año hablábamos de la destrucción en Constitución, Dichato, Talcahuano, Iloca, Talca y otro centenar de lugares en el centro-sur de Chile, hoy nos conmueve la devastación que han dejado un terremoto y un tsunami en el noreste de Japón. Reproduzco aquí un artículo de "El País" de Madrid que me pareció interesante para compartir.

Ahora el océano ha vuelto a su sitio. Pero después de que el viernes se adentrara en la tierra, los supervivientes ya no reconocen la bahía de Matsushima. En la playa de Natori, un pueblo costero cercano a Sendai, los 273 cadáveres arrancados por el maremoto han sido retirados al amanecer. Quedan las marcas de los cuerpos impresas en el barro. El epicentro del tsunami es ahora desierto, silencioso e inmóvil, envuelto en el humo de decenas de barcos a la deriva que siguen quemándose en el mar.

Pero, 30 horas después del terremoto más violento de su historia, todo el noreste del Japón reaparece ante su gente como una tierra nueva y desconocida. Centenares de kilómetros de costa han cambiado su perfil entre Tokio y Kesennuma. La playa de Sendai, capital de la prefectura de Miyagi, tenía unos 200 metros de anchura. Hoy se extiende hacia el interior casi tres kilómetros, como un desierto negro repleto de dunas que escupen edificios, pilares, estructuras.

Pocos hombres, los espectros de Sendai, se mueven en ese vacío, incapaces de orientarse en los lugares en los que nacieron y crecieron. Buscan sus viviendas, sus hijos, los pueblos que en algún lugar deberían poder encontrar, pero no logran entender dónde se hallan. Los pueblos que hasta el viernes se erguían en la bahía -Natori, Tagajo, Shiogama e Ishinomaki- han desaparecido. Otros, más al sur, han sufrido la misma suerte.

Ahora el reflujo de agua y barro ha terminado y la comarca de Miyagi, la más arrasada de la nación, se presenta como un infinito vertedero. Aviones volcados, coches destrozados, torres de la red eléctrica, vías de ferrocarril arrancadas y torcidas, árboles, trozos de edificios, vagones de trenes y barcos se funden en un inextricable monumento fúnebre a la impotente modernidad de Japón. Falta electricidad, de los grifos no sale agua, ferrocarriles y carreteras no pueden utilizarse al norte de Fukushima, las comunicaciones telefónicas no funcionan.

Columnas de personas, andando o en bicicleta, con un casco puesto y una manta azul en los hombros, desfilan sin hablar a lo largo del perímetro de la superficie de barro. Son más de 70.000, querrían volver a casa, hallar a las personas que no encuentran. Nadie sabe realmente qué ha pasado. Relatan simplemente sus propias experiencias y repiten que "esta vez no había nada que hacer".

"Vivíamos a cuatro kilómetros de la costa", dice Aoki Sekimura, un óptico de Sendai, "protegidos por un bosque y unos arrozales. Siempre nos quejábamos de no poder ver el mar. Después del seísmo salimos de casa y en lugar del jardín estaba el Pacífico".

A cada réplica resuena un estruendo lejano y la gente permanece sentada para contemplar lo que queda de la nación. La atracción por el horror se debe a su anomalía. El barro no atrapa solo cosas destruidas. Flotan edificios enteros, autobuses intactos, un almacén perfectamente conservado, un puesto de pescado que parecería poder abrir en cualquier momento. El impacto del mar no los ha desintegrado, sino arrancado del terreno, arrastrado como un botín de guerra. Los supervivientes de Sendai dicen que estaban listos para el terremoto, pero no para el tsunami, ya que la tierra no puede oponerse al agua. "Aunque rodeáramos el país con una muralla de cemento de 20 metros no podríamos salvarnos del océano", dice Nahoko Amaki, estrella local de sumo. "Por eso ahora tendremos que rediseñar nuestra patria. Nadie tiene que vivir y trabajar a menos de 10 kilómetros del mar".

"Vivimos en las laderas de los volcanes y suspendidos sobre el océano en el cruce de cuatro placas tectónicas. Japón tiene que repensarse a sí mismo si quiere tener un futuro", dice una mujer madura que se llama Eiko.