Encontrarnos con el Arturo era siempre como si recién nos hubiéramos dejado de ver. No importaba que hubiera pasado un mes o varios años. Porque nos ponía contentos, nos daba alegría y recuperábamos rápidamente el tiempo perdido. Y reíamos por cualquier tontera. ¡¡Cómo extraño eso!!
Era tan limpio por dentro, tan transparente, tan “lindo” de alma. ¡¡Un ser humano maravilloso y extraordinario!!
Se preocupaba de todos, de la Martha, la Yolita, el Iván, el Sebastián, de la Anita y el Pablo, de sus hermanas, hermanos, cuñadas, cuñados, sobrinas y sobrinos, de su suegra, de sus amigos, de sus compañeros de trabajo y las personas que tenía cerca. Era acogedor, generoso y solidario.
Nos conocimos en 1981, en Anagrama, cuando el Pablito todavía estaba en la barriga. Y de ahí en adelante seguimos cerca, aunque estuviéramos lejos y aunque a veces pasara más tiempo del deseado sin reunirnos, pero es que el cariño lo suplía todo. Él me quería y yo lo quería.
Entre muchas cosas, coincidíamos en el gusto por la música, en la admiración y amor por Serrat, por Los Olimareños y tantos más, e igual podíamos escuchar a Piero, Los Beatles, tangos, salsa o pasillos ¡¡y sabía tanto de pasillos!! También nos unía la afición por la Liga! Y los deseos y esperanzas de un mejor país, de una sociedad más justa, de un mundo con dignidad e igualdad.
Podíamos pasar horas hablando de lo humano y de lo divino, arreglando el mundo, o sencillamente perdiendo el tiempo sentados en el sillón o frente a la computadora.
La última etapa fue muy
triste. Un sistema de salud indolente, que no es lo que merecen nuestros
pueblos, fue debilitando y consumiendo sus energías. Y aunque el momento final
era ya previsible, el hecho mismo golpea y retuerce el corazón. Pero todo lo
que fuiste y lo que entregaste permanecerá por siempre entre nosotros. ¡Te amamos Arturo!